Tuesday, February 01, 2005

LA CUESTION DE TURQUIA, DE NUEVO

...sesión de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, Febrero 2003
El siglo XXI se abre internacionalmente, entre otras cosas, con el replanteamiento de una cuestión que perdura a lo largo de la Edad Moderna.
Iniciada ésta, como se solía afirmar por interés didáctico, en 1453, con la toma de Constantinopla por los turcos, la tensión entre el nuevo Imperio turco y las naciones de su entorno han proporcionado gran parte del argumento de los siglos siguientes.
Los turcos movilizaron a las monarquías occidentales y al papado en Lepanto ; convirtieron el Mediterráneo en un mar peligroso dominado por la piratería en tiempos de Cervantes, y establecieron un inmenso Imperio que, extendido por Europa, Asia y África, iba a convertirse en un foco tremendo de inestabilidad, dolor y violencia en el siglo XIX. Precisamente el proceso de “nacionalización” de muchos de los pueblos sometidos por ellos ha generado conflictos hasta nuestros días , especialmente en el mundo de los Balkanes. Se ha podido decir así que la I guerra mundial tuvo como propósito de los vencedores el introducir en el este de Europa “unos principios que eran los de la Francia republicana” : la democracia, y también el nacionalismo (Tusell). En esa guerra, y en la siguiente, y en realidad durante toda la edad moderna, la zona de encuentro de oriente con occidente ha sido , al mismo tiempo, de abrazo y confrontación de culturas que se saben complementarias. Con sentido pragmático, el noble veneciano del siglo XV que dijo , refiriéndose a los turcos : “somos comerciantes; por lo tanto no podemos vivir sin ellos” (Diehl) , enunció lo que ha sido el interés permanente de Europa hacia oriente ; y el dominio técnico alcanzado por occidente ha espoleado a los países externos a su órbita a obtener al menos unos logros y resultados equivalentes.
Con la formación de la Unidad Europea, y el nuevo protagonismo político y económico de las naciones que la han promovido, resurge , entre otras cuestiones, la aspiración europeista de países próximos , aunque exteriores , atraídos por el brillo y pujanza histórica de la nueva comunidad. Es el caso de Turquía, país que postula desde los años 60 su incorporación, y que ahora ve cercana la hora de una posible resolución.
Y al acercarse esa hora, aparecen opiniones conflictivas entre quienes consideran el asunto, en base a argumentos no triviales fundados en la historia, la cultura o las exigencias políticas.
Históricamente, la Turquía moderna ha sido , a no dudar, una pieza esencial en el desarrollo europeo, pues ha sido en el espacio europeo donde ha aspirado a situarse, y donde ha generado movimientos de apoyo y rechazo. El llamado “hombre enfermo” , esto es, el Imperio otomano en crisis durante el siglo XIX, condicionó la aparición de nacionalidades como la de Grecia, Serbia, Egipto, y la organización de los Balkanes. Sus problemas se consideraron esenciales para el equilibrio de las naciones de Europa, habida cuenta de la amenaza que representaba la absorción de los fragmentos del imperio por países ávidos de expansiones políticas y territoriales. Austria y Rusia iniciaron los movimientos, los egipcios aprovecharon más tarde la situación crítica para buscar su independencia, y hasta Cavour aprovechó la ocasión de la guerra de Crimea para dar a su naciente Italia un lugar internacional, al apoyar a Turquía ,Francia e Inglaterra. El tratado de Paris de 1856 vino a confirmar la estabilidad de Turquía mediante el apoyo de los países europeos , Inglaterra y Francia principalmente, que ya reconocían la importancia de consolidar aquella región.
La guerra de los Balkanes (1877-78) muestra que la solución no fraguó. Y el Tratado de Berlín de 1878 volvió a redibujar el mapa de Europa. Algún autor lo iba a llamar “el más nefasto del siglo XIX” , porque iba a “perpetuar las dificultades existentes , creando además otras nuevas” (Malet-Isaac,I,225). Los movimientos en los Balkanes, y las oscilaciones a que se vio sometida toda la zona geopolítica aconsejaron la incorporación de Turquía a las potencias del Eje en la I guerra mundial, y con su desastre, generará la renovación política de 1920 de Kemal Ataturk (-1938), y su decidida europeización.
La trayectoria política posterior , incluida su posicionamiento aliado en la II guerra mundial, y su incorporación en la NATO en 1952 , no han hecho sino confirmar una orientación política que lleva al país a situarse en el círculo de Occidente.
Toda la historia moderna de Turquía, llena de violencia y dramatismo, contiene una voluntad de posicionamiento europeo. Incluso simbólicamente, el mantenimiento de una Turquía europea , que así hace posible el asentamiento del país en las dos orillas del Cuerno de Oro dentro del marco de Estambul/Constantinopla, confirma ese proyecto.
Hay europeos que piensan que la entrada de ese país en la Unión Europea desnaturaliza la comunidad. Pero,
1) histórica , y geográficamente, la realidad de Turquía como protagonista de la historia europea no parece que pueda ser cuestionado.
2) La realidad comunitaria de Europa , configurada sobre una experiencia histórica de que Turquía viene formando parte desde el comienzo de la Edad Moderna, impone el reconocimiento y aprecio de las diversidades que servirían tal vez para condicionar la incorporación de aquel país : la diversidad de raza, de religión, y cultura.
3) Las condiciones de incorporación - el régimen democrático, la supresión del racismo y la admisión de la libertad religiosa, en definitiva la aceptación de la carta de los derechos humanos - , una vez cumplidas, abren el espacio para determinar las exigencias de ajuste socioeconómico del acuerdo posible.
Todo lo cual parecería convertir en cuestión ideológica la fundamentación del posible rechazo , y de una ideología claramente en contradicción con los principios mantenidos por la comunidad.
Y hay una cuestión complementaria, que no debería perderse de vista. Si un país como éste , con razones poderosas a favor de su incorporación , y con peso internacional, fuera excluido , ¿a qué espacio geopolítico se le remitiría?
Las realidades históricas han de ser contempladas en su perspectiva adecuada. El tiempo de las almas de los pueblos (Volksgeist) , que aún alienta en las ensoñaciones de las minorías que se perciben como irredentas, ha pasado como teoría, aunque pueda resistirse a desaparecer como ideología.
La construcción de Europa, en que hoy nos hallamos situados, ha de contar sobre todo con la posibilidad de realización de un proyecto de organización colectiva que aspira a construir una vida colectiva sobre la razón, la libertad, el valor superior de la persona y el dominio sobre la naturaleza. Históricamente, Europa ha existido difundiendo sus principios e ideales en un horizonte de condición global.

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